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Honestidad intelectual y pensamiento crítico

1. ¿Qué es la honestidad intelectual?

La honestidad intelectual se puede entender, a grandes rasgos, como reportar un suceso de la manera más sincera e imparcial posible (Maia Neto, 1999). En el caso de la elaboración de un argumento, oral o escrito, podemos decir que una persona argumenta con honestidad intelectual cuando ha considerado un número suficiente de posiciones (tanto a favor como en contra) de la idea que quiere proponer antes de hacerlo. Es imposible para una persona tomar en consideración todas las posiciones posibles con respecto a un tema, en especial si es un tema de reciente discusión y sobre el que ni siquiera se ha dicho todo lo que se puede decir, pero lo que es importante para preservar la honestidad intelectual al argumentar es estar lo más seguro posible de que se consideraron más posiciones, además de la nuestra.

¿Cómo podemos estar seguros de esto? Carson (2010, pp. 252-254) nos propone una serie de indicadores que debemos tener en cuenta. La persona intelectualmente honesta:

  • No descarta la evidencia que va en contra de sus creencias.
  • No acepta ciegamente las afirmaciones o relatos que apoyen sus creencias.
  • Aplica los mismos estándares tanto a las posibles evidencias que apoyen su posición, como a las posibles evidencias que vayan en contra.
  • Hace un escrutinio severo de toda evidencia recolectada.
  • Representa adecuadamente las posiciones que van en contra de la suya (no cae en la falacia del hombre de paja).
  • Responde tanto a las críticas débiles como a las críticas más difíciles, demostrando que su posición se sostiene ante ambas.
  • Es consciente de sus propias falencias, sesgos, prejuicios, etc., y los identifica en sí misma, así como los identifica en los demás.
  • No es completamente imparcial, pero es consciente de este hecho y trata de acercarse a esa imparcialidad.

La honestidad intelectual se relaciona estrechamente con la buena argumentación, puesto que es una disposición ética frente al debate de ideas que nos permite ser conscientes de nuestros propios errores, así como ser más reflexivos a la hora de plantear nuestras posiciones y de analizar las de los demás. En otras palabras, es una virtud del buen argumentador que le permite, al mismo tiempo, exponer mejor sus ideas, respetar a sus interlocutores, rebatir sus ideas académicamente y conocerse a sí mismo al ser consciente de posibles prejuicios o sesgos de pensamiento que pueden haber pasado inadvertidos.

2. Honestidad intelectual y errores de buena fe

Un error de buena fe (en inglés honest mistake) se puede definir como un error causado por una desatención, falta de recursos bibliográficos, desconocimiento de la existencia de cierta información, etc.; pero no porque deliberadamente queríamos omitir parte de la evidencia. Si alguien nos muestra que dejamos algo importante por fuera, como argumentadores intelectualmente honestos es nuestro deber incorporar dicha información a nuestro cuerpo de evidencias y ajustar nuestros argumentos de acuerdo al peso y la validez de dicha información.

Podría parecer, por la lista de chequeo presentada anteriormente, que la honestidad intelectual nos garantiza argumentos impolutos, sin errores y certeros. Nada más alejado de la realidad. Como señala Robert Carroll en su libro Becoming a Critical Thinker (2004):

Solo al liberarnos de estas tiranías [el autoengaño y el pensamiento mágico] podemos tener la esperanza de pensar clara y adecuadamente, de manera que podamos juzgar apropiadamente aquello en lo que vamos a creer y aquello que vamos a hacer. Todavía podemos cometer errores, pero serán nuestros errores. (p. 23, traducción propia)

Tres conceptos básicos han surgido gracias a Carroll: pensamiento crítico, autoengaño y pensamiento mágico. Todos estos términos están relacionados con la honestidad intelectual y con la diferencia entre argumentar mal y cometer un honest mistake. El pensamiento crítico, en palabras del mismo Carroll, es definido como “usar efectivamente nuestros conocimientos e inteligencia para llegar a la posición más razonable y justificada posible” (2004, p. 2). El pensamiento crítico es, básicamente, la aplicación práctica de la honestidad intelectual. La íntima relación entre estos dos conceptos la podemos notar en aquello de lo que nos protegen: autoengaño y pensamiento mágico. El autoengaño es definido por Carroll como “justificarnos a nosotros mismos falsas creencias” (2004, p. 14), mientras que el pensamiento mágico es “interpretar hechos, testimonios, eventos, percepciones, etc., de acuerdo con lo que queremos que sean, en lugar de lo que realmente son” (2004, p. 14). En la lista de chequeo de la persona intelectualmente honesta podemos corroborar que ninguno de estos problemas tiene cabida, pues la honestidad intelectual nos obliga a no aceptar creencias ciegamente, a no desechar información que contradiga nuestras propias creencias y a ser objetivos al analizar la información. Al hacer un uso práctico de la honestidad intelectual, aplicando el pensamiento crítico en una situación específica, podemos evitar estos inconvenientes. Sin embargo, después de haber desterrado el autoengaño y el pensamiento mágico, entre otros problemas a la hora de argumentar, todavía hay cabida para el error; pero, si somos intelectualmente honestos, una vez detectamos un error de buena fe podemos incorporar la nueva información a nuestra argumentación y modificar nuestra posición.

3. ¿Por qué es importante ser intelectualmente honesto?

Al describirla como una virtud, podría parecer que la honestidad intelectual es algo demasiado abstracto, filosófico, sin mucha aplicación en la vida real; pero es precisamente este marco ético en el que la hemos inscrito el que la convierte en una parte fundamental de nuestra vida. Veamos uno de los múltiples casos en los que la falta de honestidad intelectual ha impactado la vida de los seres humanos:

En 1998, Andrew Wakefield y doce de sus colegas publicaron un estudio en el Lancet, que sugería que la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola (MMR) podría predisponer a los niños a sufrir de desórdenes de desarrollo y regresiones conductuales. A pesar de la pequeña muestra (n=12), el diseño [del estudio] sin controles, y la naturaleza especulativa de las conclusiones, el artículo recibió una amplia publicidad, y las tasas de vacunación empezaron a descender porque los padres estaban preocupados por el riesgo de autismo tras la vacunación. (Andrade & Rao, 2011, p. 95, traducción propia)

Mucho se ha escrito sobre este caso desde que el artículo original fue publicado. El Lancet lo retractó, la comunidad científica ha hecho ingentes esfuerzos para recuperar la confianza de los padres en la vacunación y, finalmente, Wakefield y sus colaboradores fueron encontrados culpables de fraude deliberado. Muchos pueden ser los motivos que llevaron a Wakefield a cometer este fraude, en especial económicos, pero la clave aquí es la evidente presencia de la deshonestidad intelectual: omitir toda la evidencia a favor de la vacunación, sesgar la evidencia para que diga lo que yo quiero decir y no lo que esta debería decir en realidad, descartar las posiciones en contra y enfocarse únicamente en defender la propia posición, entre otras. Lo más grave de este caso es que no solo tuvo un impacto en la reputación de la revista que lo publicó, o en el mismo Wakefield, sino que tuvo repercusiones devastadoras a nivel mundial, las cuales aún hoy en día seguimos presenciando. El fraude de Wakefield generó todo un movimiento mundial antivacunación, que ha cobrado la vida de varios niños alrededor del mundo, y ha permitido que enfermedades que ya no existían, o se tenían bajo control, hayan vuelto a aparecer.

Nosotros, como miembros de la comunidad académica, independientemente del área del conocimiento a la que pertenezcamos, debemos desempeñarnos en nuestras profesiones con ética y responsabilidad social, y la honestidad intelectual es fundamental para conseguir este objetivo. No solo es cuestión de construir los mejores argumentos posibles, también es hacer nuestra labor de la manera más ética posible a través de dichos argumentos.

4. Lista de chequeo sobre la propia honestidad intelectual

A continuación se ofrece una lista de chequeo basada en el texto de Carson (2010), en la que se proponen algunas preguntas para evaluar qué tan intelectualmente honesto se ha sido al realizar una argumentación. La lista tiene una pregunta principal (en azul) de respuesta “sí” o “no”, la cual está acompañada de una serie de preguntas de respuesta abierta que le ayudarán a responder la principal. 

  • ¿Tengo suficiente evidencia? ¿Qué fuentes he consultado? ¿Cuál es la calidad de esas fuentes? ¿Hice un panorama general del asunto (consulté información de diferentes fechas, países, comunidades, estratos sociales, etc.)? ¿Sé qué es lo más reciente que se ha dicho sobre el tema?

  • ¿Traté toda la evidencia de la misma manera o tuve preferencias? ¿Descarté cosas solo porque no me gustaron, me sentí aburrido, me dio pereza, sin importar que la información fuera de calidad? ¿Fui más crítico con una posición que con otra sin razón? ¿Recolecté información tanto a favor como en contra de mi posición? ¿Le dediqué el mismo esfuerzo a buscar cosas a favor de lo que pienso y en contra de lo que pienso?

  • ¿Representé adecuadamente todas las posiciones? ¿Cometí falacias de hombre de paja al reconstruir una posición? ¿Usé términos despectivos, sarcásticos, ofensivos, etc., al momento de representar una posición? ¿Desarrollé más a profundidad una posición y dejé sin mucho desarrollo otra? ¿Presenté posiciones contrarias para enriquecer mi texto o solo para mencionarlas y criticarlas severamente sin razón? ¿Me aseguré de presentar posiciones en contra que fueran difíciles de abordar o solo presenté las posiciones más débiles y fáciles de atacar?

  • ¿Soy consciente de mis propios sesgos? ¿Usé falacias deliberadamente solo para que la argumentación fuera más persuasiva? ¿Tuve en cuenta mis creencias personales (políticas, religiosas, sociales, etc.) a la hora de evaluar la información que recolecté? ¿Me detuve a replantear un argumento cuando noté un sesgo ideológico o simplemente me animé a escribir más apasionadamente sobre ese tema? ¿Me apoyé en un lector externo, de preferencia que piense diferente a mí, para corroborar que no haya sesgos en mi argumentación?

  • ¿Tengo algún conflicto de interés al presentar mi argumentación? ¿Estoy argumentando para hacer un trabajo académico o para validar mi forma de pensar? ¿Hay algún factor externo que pudiera sesgar mis resultados al presentar mi trabajo (patrocinadores que quieren un resultado específico, necesidad de publicar algo para obtener un beneficio, afán por terminar el trabajo para cumplir con los tiempos, etc.)?

5. Bibliografía

  • Carroll, R. T. (2004). Becoming a critical thinker: a guide for the new millennium. Pearson.
  • Hernández-Morales, A. (2017, 25 de abril). La muerte por sarampión de una portuguesa de 17 años pone en jaque el plan antivacunas del dictador Salazar. El español. https://www.elespanol.com/ciencia/salud/20170424/210979388_0.html
  • Maia Neto, J. (1999). Bayle’s Academic Scepticism. En J. Force & D. Katz (Eds.), Everything Connects: In Conference With Richard H. Popkin (pp. 263–276). Brill.
  • Paul, R., & Elder, D. L. (2003). La mini-guía para el Pensamiento crítico. Conceptos y herramientas. The Foundation for Critical Thinking. https://www.criticalthinking.org/resources/PDF/SP-pdf
  • Rao, T. S. S., & Andrade, C. (2011). The MMR vaccine and autism: Sensation, refutation, retraction, and fraud. Indian Journal of Psychiatry, 53(2), 95–6. https://doi.org/10.4103/0019-5545.82529
  • Sagan, C. & Udina, D. (1997). El mundo y sus demonios: la ciencia como una luz en la oscuridad. Planeta.

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